Una gran contratapa de Martín Caparrós, una reflexión acerca de los medios de comunicación en argentina. Inclusive Caparrós reflexiona sobre el mismo medio en el que trabaja él: Crítica de la Argentina. No muchas veces una nota me hace reflexionar tanto.

Contratapa Crítica de la Argentina
La paja ajena
Martin Caparrós
13.03.2009
Martin Caparrós
13.03.2009

Nunca fui un fan de la prensa americana, y sus sanatas sobre la verdad, la honestidad, la independencia del periodista siempre –dicho en buen mexicano– me valieron madre. Pero el otro día me encontré en el New York Times un artículo que me produjo admiración, envidia, admiración.El artículo se titulaba “Carlos Slim Helú: el empresario reticente” y empezaba contando que “Carlos Slim Helú estaba claramente molesto. Un día del otoño pasado, en la Ciudad de México, había invitado a docenas de corresponsales extranjeros a almorzar y, tras muchas preguntas sobre tendencias comerciales, un periodista quiso saber cómo se sentía al ser tan rico en un país donde tanta gente no llega a fin de mes. El señor Slim cortó la pregunta y defendió su manejo de su vasto imperio económico. Su tono intransigente mostraba que no estaba a favor de esa línea de preguntas. (…) Dueño de telefónicas, constructoras, hipermercados, el señor Slim proyecta una sombra importante sobre el paisaje mediático de su país. Notoriamente quisquilloso, no necesita levantar el teléfono y rugir a los que publican algo que no le gusta. Sus vastos recursos suelen asegurarle una cobertura mucho menos que crítica”, dice el artículo del New York Times, y cuenta cómo un diario mexicano, El Universal, fue amenazado con el retiro de toda la publicidad de las empresas de Slim tras una columna en que cuestionaba algunas de sus decisiones. Después explica que “Slim construyó su fortuna adquiriendo compañías en dificultades y reflotándolas, pero llegó a los primeros puestos de la riqueza mundial cuando le compró al gobierno el monopolio telefónico mexicano, Teléfonos de México, conocido como Telmex, en 1990. Sus críticos dicen que sus conexiones políticas le aseguraron el negocio, pero él responde que su oferta de 1.760 millones de dólares superaba el precio de mercado. Hoy, aunque el mercado telefónico mexicano está ostensiblemente abierto a la competencia, sus tarifas están entre las más caras del mundo. (…) Slim puede poner sordina a algunos críticos, pero no a todos: ‘Pasar a la historia como un malvado monopolista que peló a los consumidores mexicanos no es una imagen de sí mismo que le guste’, dice Denise Dresser, una cientista política mexicana, ‘pero es una imagen verdadera’”.Y así sucesivamente. Hasta ahí, nada de qué sorprenderse: un gran diario americano mirando, una vez más, la paja en ojo ajeno mientras las vigas llueven en llamas a su alrededor. Un clásico, si no fuera porque –como el artículo también dice– Carlos Slim es uno de los principales accionistas de la empresa que publica el New York Times. El año pasado Slim compró 9,1 millones de acciones –el 6,9 por ciento del total–, que entonces valían unos 127 millones de dólares y esta semana, en plena crisis, alrededor de 35. Y a principios de año le prestó a la compañía editora del Times 250 millones de dólares convertibles en acciones. Por todo lo cual Slim es el tercer accionista más poderoso de la empresa: uno de los dueños.Digo: casas más, casas menos.


No parece que nada de eso esté por suceder. Nos quedan, entonces, las reglas del mercado: empresas haciendo guita con productos berretas que supuestamente los clientes prefieren, y cuidando esa guita con el sencillo expediente de no meterse con los intereses de sus dueños o de esos dueños remotos y esporádicos que son sus grandes anunciantes, públicos o privados. El mercado triunfa: en esos términos, en la Argentina actual, el problema no son las empresas sino los clientes. Si yo voy al súper y me compro un kilo de carne verde esmeralda con gusanitos bailarines –y si a mi lado cientos hacen lo mismo–, los señores súper, después de reírse un rato, van a respirar hondo y entender que bueno, ya no es necesario conservar fresca la carne. Distinto sería si no resultara, si la mayoría de los carnívoros de ese súper saliera corriendo y no volviera nunca más: entonces intentarían vender carne fresca o que parezca fresca. Si el New York Times publica una nota dura sobre los negocios de uno de sus dueños es, en parte, porque a sus editores les gusta esa imagen inflexible de sí mismos y, mayormente, porque saben que sin esa imagen su negocio se derrumba: que su público espera eso de ellos, y no los toleraría –dejaría de consumirlos– si fueran muy claramente de otro modo. Entonces publica ese artículo –que al fin y al cabo no tiene grandes revelaciones, que dice lo mismo que todos dicen y nadie puede ignorar del todo, y que le sirve para salvar la cara. Pero ése es el punto: que crean que tienen que hacerlo, que su público les exija que lo hagan.Aquí los medios no necesitan siquiera simularlo porque su público no se lo exige. Entonces los periodistas seguimos haciéndonos los boludos, enunciando grandes imperativos morales que siempre se aplican a los otros. Si empezáramos por casa –si simuláramos, al menos, que empezamos por casa– quizá tendríamos cierto derecho a ocuparnos de lo que hacen los demás y derecho, sobre todo, a que nos crean cuando lo hacemos. Pero nadie nos lo exige, y seguimos así. Y no es del todo nuestra culpa, sino más bien la de ustedes, mis queridos, que también somos nosotros: los argentinos no sólo tenemos los políticos que nos merecemos; también –faltaba más– el periodismo que ustedes nosotros, sus lectores, hemos sabido conseguir. ¿Quieren mejores medios? Exíjanlos a su proveedor habitual, a ver qué dice. 
