domingo, 19 de abril de 2009

Historia del tren II: Salvar el mundo.


Va de la estación Retiro hasta Pilar. Es un tren destartalado que casi tiene cincuenta años. Siempre está igual, alguna que otra vez pintan los vagones. Y si la suerte acompaña puede tocarte una formación nueva. Ese tren nuevo, pasa una vez cada siete años, tiene asientos en buen estado, un pasillo amplio y ventanas que se pueden abrir y cerrar perfectamente. Pero solo cada siete años. Siempre y cuando los planetas estén alineados. Es muy difícil encontrar ese tren, es más dicen que es un mito solamente, porque el tren San Martín nació viejo y hecho mierda. Por lo tanto, hay que mantener lo pintoresco e histórico de sus estaciones. No es que no se pueda arreglar, es un pedazo de historia. Un pedazo que está punto de caer.

Pero en la hora pico, los pasajeros, luego de una jornada de trabajo, encuentran allí el camino a un pequeño descanso. Vendedores ambulantes ofrecen productos de dudosa procedencia: alfajores, garrapiñadas, chocolates. Nadie se anima a comprarlos. Jugos, aguas saborizadas, coca y cerveza. Si venden cerveza. El furgón se convierte en un pequeño recinto en el que la cerveza pasa de mano en mano y religiosamente se arma un partido de truco, en que los jugadores están parados, en círculo y echan a rodar su astucia en el juego del engaño. Gritan, ríen y se enojan. Hay que escucharlos atentamente, porque siempre deslizan palabras llenas de sabiduría. Esa del sentido común que no se valora en los grandes centros académicos, la que simplifica tomos, artículos y estudios complejos sobre la realidad. Cierta vez, un viejo con una bicicleta de carreras, dijo a la muchachada: - Guarda…guarda con estos tipos… yo sé los que les digo, estos tipos aprietan un botón y volamos todos. Con una agudeza infranqueable, con una simpleza y honestidad brutal, aquél señor se refirió al posible final del mundo, al fin de la humanidad, al Apocalipsis bíblico. Su contundente afirmación, y su mano señalando en el diario, me dieron la certeza de que ese tipo vio el botón, que sabía exactamente donde estaba. Lo muchachos lo miraron y uno cantó truco. El tipo se bajo en William Morris, justo en donde la pared gritaba “Justicia para Sugus”.
Desde entonces pienso que ese botón existe. Muchas veces dudo de su existencia o lo imagino en medio de una gran consola, rojo, circular y grande. Está cubierto con un vidrio protector que se abre con códigos secretos.
Cada vez que paso por Morris, intentó ver si el viejo baja con su bici de carreras. Algún día lo voy a encontrar. Si el sabe donde está, tenemos que salvar al mundo. Aunque por unos días tengamos que dejar de viajar en el maravilloso San Martín.

Historia del tren I: Camila


Camila sueña. Sueña con llegar a una casa grande y meterse a la pileta. Jugar con las muñecas. Mirar dibujitos. Pintar. Comer milanesas y dormir.
En el vagón se escucha un grito desesperado: - Señores pasajeros, tengo cinco hermanitos y pido su colaboración para poder llevar un plato de comida, cinco o diez centavos, es lo que les pido señores pasajeros… Es una nena que no tendrá más de ocho años, tiene la ropa rota y mugrienta. Su cara esta sucia. Grita. No mira a nadie y pasa repartiendo fotocopias en la que cuenta su trágica historia mientras sigue pregonando su trágica vida: “Sres. pasajeros, vengo a pedir su colaboración para poder llevarles a mis hermanitos pan y leche. Gracias por su colaboración. Que Dios los bendiga”. Sus ojos son marrones. Camila no mira a nadie y no camina bien, casi arrastra los pies. Nadie la mira, es muy tarde y todos estamos cansados. Parece no existir. Su grito es desesperado y su voz es ronca. Algunos se molestan por su sola presencia, será porque esta sucia o que pasa sin pedir permiso y golpea a la gente. Quizá lo que moleste, es la afirmación contundente de la miseria.
Se levanta de dormir. Soñaba que estaba en un tren lleno de gente triste, a ella la mandaban a pedir plata para sus hermanos. Pero por suerte estaba jugando con sus muñecas y comiendo galletitas.
Sintió un golpe en la cabeza. Dale pendeja de mierda, cuántas veces te dije que no podes dormir en el tren. Camila tiene frío y le duele todo el cuerpo. Las muñecas se fueron, y por primera vez sintió un odio profundo. No será la última vez que odie con tanta intensidad. ¿A dónde se fueron mis muñecas?, se pregunta mientras camina sola por la estación Lacroze.

sábado, 11 de abril de 2009

"Papá no podía volar" Sobre la muerte de Raúl Alfonsín. Jorge Lanata

CONTRATAPA DE LANATA
No sé si al hablar de Alfonsín, hablamos de él o de lo que fuimos, del '83, cuando soñábamos que podíamos ser. ¿Habrá estado él a la altura de aquella Argentina? ¿Habrá estado la Argentina a la altura de él?

La muerte mejora, ennoblece, agranda, tranquiliza. El 30 de octubre de 1983 Alfonsín llegó a la presidencia repitiendo el preámbulo de una Constitución sancionada 130 años antes. Tan atrás estábamos. Nos acostumbramos, después, a que no nos mataran por pensar distinto. Y luego entendimos que había que pagar impuestos, presupuestar el presupuesto. De allí veníamos. A Alfonsín le encantaba aquella –esta- imagen de salvador: Superalfonsín con su capa roja y blanca, salvándonos de los peligros que nos acechaban. Escuché ayer, muchas veces, que le debíamos la democracia. Alfonsín debe estar allá, en el cielo, sonriendo “Por fin se dieron cuenta”. Yo sentía, entonces, que cada vez que nos “salvaba”, más nos hundía: nos salvó con las Felices Pascuas y nos salvó con el Pacto de Olivos; ya éramos grandes para salvarnos solos. La democracia, por su lado, había llegado a los empujones gracias a los chicos de Malvinas. No sé si ahora, al hablar de Alfonsín, hablamos de él o de lo que fuimos; no sé si hablamos del ochenta y tres, cuando soñábamos que podíamos ser. ¿Habrá estado Alfonsín a la altura de aquella Argentina? ¿Habrá estado la Argentina a la altura de Alfonsín? Asistí cada día al juicio a las Juntas, y estuve en un móvil de Radio Belgrano cuando Alfonsín nos deseó Felices Pascuas. Pertenezco a la generación que escuchó por primera vez el invento argentino de la obediencia debida, aquellas palabras que en otro idioma ni siquiera existen: due obedience, en inglés, obeissence due en francés no se traducen como impunidad en español. Viví los trece paros de la CGT, y el sueño de la capital a Viedma, donde los terrenos triplicaron en vano su precio y las putas se frotaban las manos. Leí entre lágrimas el Nunca Más y vi las fotos de los cuerpos torturados y desechos en La Tablada. Desayuné con Alfonsín en la Quinta de Olivos, y el desayuno cayó por un precipicio cuando se me ocurrió criticar la incorporación de los militares al gabinete, consecuencia de aquel 23 de enero; Alfonsín enrojeció, levantó la voz y todos apuramos el café. Asistí, claro, al Pacto de Olivos cuando Alfonsín combatió al oso abrazándose con él. Y después llegó el vendaval: criticábamos a Terragno por su propuesta para privatizar una parte de Aerolíneas asociándose con SAS; Menem la malvendió en cinco minutos. ¿Le pedimos demasiado a Alfonsín? ¿Alfonsín nos ofreció demasiado? ¿Por qué nunca pudo pedirnos, sinceramente, ayuda? ¿Por qué nunca nos dijo quiénes fueron los responsables del “golpe de mercado” que lo obligó a entregar el poder seis meses antes? ¿No nos habrá tenido confianza? ¿Por qué dijo entonces que el problema de su gobierno fue la comunicación? ¿No estaba él para entendernos a nosotros, o somos nosotros los que debimos entenderlo a él?En aquellos tiempos los jóvenes de su entorno lo llamaban “Bapu”, que en hindi significa “padre”. Así llamaban al Mahatma Ghandi, padre de la Nación. Hace un rato Luis Brandoni, en el Congreso, decía que Alfonsín fue un padre:-Se murió papá -recordó Brandoni que se encontró diciendo esta mañana.Papá no podía volar. ¿Él nos habrá hecho creer que sí, o todo fue sólo parte de nuestro entusiasmo? ¿Y si podíamos volar, y nunca lo hicimos?

http://criticadigital.com/index.php?secc=nota&nid=21179

sábado, 4 de abril de 2009

"El Chisme"

Dedicado a la Sra. Diana, a la Sra. Miriam, al japonés Fideo, al gordo vago y pajero, al señor verde y a todos esos parásitos que ejercitan el chisme.

El Chisme

“El chisme es una mentira al infinito.”

Tiene mal olor, algo se está pudriendo en ella. Camina saludando y repartiendo hipocresía a cada instante. Lo sabe, pero igual saluda imitando una mueca que se parece a una sonrisa. Cree en la seguridad en sus actos, pero da pena, al verla da pena. Quiere ella el poder que nunca tuvo, busca halagos, ser reconocida, ser alguien que nunca pudo por ineptitud. Es una señora de la Ley. Quiere justicia para su vida, que se asemeja mucho a la mierda.

La otra está muy bien vestida, ostenta anillos y demás “chucherías” en sus manos y cuello que busca estar erguido, aunque muchas veces no puede por el peso de cabeza. Es una señora bien. También es una señora de Ley o eso dice. Parece distinta a la otra, pero no lo es. Quiere falsos aduladores y una posición como la que ocupa en su casa con la chica que le limpia. Son patéticas las dos y por sobre todo son chismosas.

No buscan la verdad. No se sienten reconocidas dicen. Nadie las escuchó.

En una esquina, ellas practican el chisme. Que consiste en afirmar algún delito o mal accionar de alguien, que siempre es ajeno a la conversación, y eso fundamental que la persona en cuestión no este presente. Porque dejaría de ser chisme. En esa esquina ellas dudaron un día. Si, las señoras dudaron. Pero del chisme no se duda porque es una afirmación sin pruebas, pero de la que se tiene total certeza. Llamaron al señor verde que también les contó que dudaba. El señor verde llamó al que no duda nunca: el japonés Fideo, pero justo no estaba. El gordo no pudo ir, dijo una señora, estaba en el baño.

Dijo la señora bien: - Yo conozco un sabio, que me dijeron mis amigas que es maravilloso…

La señora con olor contestó: - Y bueno vamos.

Y las dos fueron.

Le contaron al señor sabio. Le preguntaron al señor sabio, si estaba mal lo de los chismes. El señor sabio era sereno, pero su cara se transformó al oírlas, y dijo con rabia: - Pero señoras, lo que están haciendo es una aberración. Las señoras escucharon lo que no querían oír y se disponían a partir, es típico de ellas.

-Es terrible, el chisme, no tienen idea del daño que le hacen a las personas. Enfurecido golpeó la mesa.

-Qué podemos hacer para remediarlo… lo que usted diga.

El sabio pensó un momento. Finalmente dijo:

-Tomen una almohada y un cuchillo. Vayan a la terraza de un edificio, luego corten la almohada a la mitad y tiren todo su contenido. Luego de hacerlo vuelvan aquí de inmediato.

Una pensó en darle dinero al sabio. La otra en una acción legal por “mala praxis” en el ejercicio de la sabiduría. Pero finalmente lo hicieron, tenían tiempo.

Volvieron a lo del sabio. Éste les dijo: -¿Qué fue lo que vieron?

Se miraron y una contestó:- Plumas por todos lados, que se las llevaba el viento para todas las direcciones.

El sabio satisfecho les dijo: - Muy bien, ahora diríjanse a ese lugar y recojan todas las plumas. Una por una.

Eso es imposible dijeron las mujeres aterradas.

Y el sabio les dijo: -Señoras, eso es el chisme.

Escrito y transformado, en base a una anécdota de la película “La duda”.

miércoles, 1 de abril de 2009

BAJO UN MANTO DE NEBLINAS

Mañana, 2 de abril, se cumplen 27 años de la guerra de Malvinas. Del “Estamos ganando” al silencio y “desmalvinización” de la sociedad argentina. Una razón más para confirmar nuestra boludez. Los medios de comunicación durante la guerra y después… ¿Una autocrítica por ahí?...
A 27 años de la guerra de Malvinas.

BAJO UN MANTO DE NEBLINAS: LOS MEDIOS ANTES Y
DESPUÉS DE LA GUERRA.

El 2 de abril de 1982 fuerzas argentinas desembarcaron en las Islas Malvinas. El conflicto duraría 74 días con Inglaterra. Las plazas se llenaron de un sentimiento triunfalista que proclamó el gobierno militar. El periodismo no puedo o no quiso escapar de ese sentimiento. Cuando la derrota argentina fue un hecho los medios, callaron y con ellos toda la sociedad.

Mientras Héctor Cisneros habla, detrás de él se encuentra el uniforme del soldado Eduardo Araujo que murió en las Islas Malvinas como 648 de sus compañeros. Cisneros es el presidente de la Comisión de Familiares de Caídos en Malvinas y dice: “Durante el conflicto había medios gráficos, radiales y televisivos que hablaban del éxito, cuando en realidad no era tan así, y los resultados lo demuestran”. Desde las tapas de los principales diarios los titulares arengaban a la euforia ciudadana por la posible recuperación de dos islas ocupadas por Inglaterra desde 1833. EL 2 de abril de 1982, Clarín titulaba “Euforia popular por la recuperación de Malvinas” y La Nación se sumaba con “Alborozo ciudadano por la reconquista de Malvinas”. Crónica decía "Argentinazo: ¡Las Malvinas recuperadas!" y en Córdoba, La Voz del Interior ponía de titulo:"Argentina reconquista las islas Malvinas". Adolfo Pérez Esquivel en la revista Humor, en julio de 1982, afirmaba que “Hubo gran desinformación y manipuleo de la emotividad del pueblo”, solo tres periodistas argentinos fueron a cubrir la guerra: uno de canal 7 (Nicolás Kasanzew) y dos de la agencia estatal TELAM (Diego Pérez Andrade y Carlos García Malod), mientras tanto el triunfalismo era también trasmitido por revistas como Gente y Somos. Gente dejó en la retina de muchos argentinos tapas como la del 6 de mayo de 1982 que decía "Estamos Ganando” y la del 27 de mayo que insistía "Seguimos ganando”. En la televisión los periodistas Mariano Grondona y Bernardo Neustadt afirmaban por ejemplo que si fueran soldados estarían muy tranquilos por la serenidad de sus jefes o que les había encantado el discurso del Presidente de facto Leopoldo Galtieri que dijo desde el balcón “Si quieren venir que vengan, les presentaremos batalla”.
Para Rodrigo Lloret, de la sección internacional, del diario Perfil “La actuación de los medios fue por lo menos patética. En realidad es normal que en los momentos de guerra pase eso, pero como periodista tengo que repudiarlo”. Fueron 74 días de ficción periodística desde el 2 de abril de 1982 al 14 de junio del mismo año, en los cuales solo se realizaron notas de color y nunca se habló de los muertos en enfrentamientos, en las condiciones de los soldados o de las estrategias militares frente a una potencia mundial. Cuando se admitió la derrota, por lo menos fue sorpresivo, porque se pensaba que estábamos ganando. La argentina poco a poco se fue “desmalvinizando”, un término que utilizó el politólogo francés Alain Rouquie cuando le dijo a Osvaldo Soriano en una entrevista: “Quienes no quieren que los militares vuelvan al poder tienen que dedicarse a desmalvinizar la vida argentina”, pero ese proceso incluyó injusticias como el no reconocer a los héroes veteranos de Malvinas y dejarlos en el olvido, y consigo la deuda pendiente en debatir sus causas y consecuencias.
La derrota en la guerra significó el último golpe para una dictadura que venía siendo abrumada por la inflación, el desempleo y el descontento popular, pronto llegaríamos a la democracia con Raúl Alfonsín.
En la guerra murieron 649 argentinos y como siempre en una guerra, también fue víctima la verdad.