Rutina Suicida
Uno tiene en sus manos el color de su día...Rutina o estallido.
Mario Benedetti.
6:30 de la mañana abri los ojos. Me levante y segui la rutina diaria de baño, vestimenta y desayuno para luego partir al mar de caras tristes. Antes de salir de mi casa ya sabía que no era un día cualquiera, lo sentía en la piel, dentro del pecho y hasta en el aroma del café. Son esas sensaciones, por llamar a ese sentimiento de alguna manera, que no sabes por que llegó ni cuando se va a ir y te enteras que se fue porque vuelve a aparecer. Estaba ahí dentro del pecho trabándome la respiración profunda, nunca me había pasado. No le di importancia, agarre las llaves y salí.
Uno tiene en sus manos el color de su día...Rutina o estallido.
Mario Benedetti.
6:30 de la mañana abri los ojos. Me levante y segui la rutina diaria de baño, vestimenta y desayuno para luego partir al mar de caras tristes. Antes de salir de mi casa ya sabía que no era un día cualquiera, lo sentía en la piel, dentro del pecho y hasta en el aroma del café. Son esas sensaciones, por llamar a ese sentimiento de alguna manera, que no sabes por que llegó ni cuando se va a ir y te enteras que se fue porque vuelve a aparecer. Estaba ahí dentro del pecho trabándome la respiración profunda, nunca me había pasado. No le di importancia, agarre las llaves y salí.
Camine la cuadra que me separa de la estación y espere el tren que venía retrasado por un
accidente. “Hoy me echan” pensé, pero ¿por qué? no hay motivo, no puedo matar
al maquinista, llegaría más tarde aun. Entonces la sensación volvió, me estremeció
el cuerpo hasta estrujarme la cara produciéndome un frío corporal de pies a
cabeza. No le di importancia. Veinticinco minutos más tarde llego el tren y
como de costumbre no tenia lugar para sentarme. Comenzó el juego, me dije. Una práctica
constante en mis travesías casa-trabajo que consiste en interpretar las caras
de los afortunados pasajeros sentados, para así pararme al lado del que parece bajarse
primero y de esa manera conseguir el
primer, y tal vez único, triunfo de la jornada. Me detuve junto a dos mujeres
muy bien maquilladas, pero no de trabajo ni de calle florida sino de paseo, por
lo que intuí que se bajarían más rápido que el resto de la gente. Me instale
junto a ellas y como siempre escuche su conversación -mi hijo saco diez en geografía-
dijo una -al mío le dieron la medalla
de honor- dijo la otra peleando por lo maravillosos que eran sus hijos y
enumerando los materiales logros conseguidos. Parecía una broma de esas que
salen en televisión. Lo que más me irritaba en el mundo era la falta de
humildad y la idiotez juntas. La señora más glamorosa saco de la cartera un
pack de pinturas y se pinto, las odio. Volvió en mí la sensación. Esta vez acompañada
con unas gotas de resignación y temor.
Luego de disfrazarse de Maria Antonieta,
guardo todo en su bolso por lo que imagine que era el momento, que por fin me
iba a poder sentar, pero en vez de eso se acerco a su compañera como para saludarla
con un beso en la mejilla y se detuvo. Le estaba hablando al oído, produciéndome
un enfurecimiento nunca antes experimentado. Me miraban de reojo, ya no lo resistía
y tuve que golpearla con mi bolso simulando un empujón. Senti una sensación de
alivio y placer acompañada por una culpa
y una sorpresa inexplicable.
Al instante del golpe me miro la señora
sentada junto a la ventana, a la que no había golpeado, apretando su labio inferior
con los dientes y moviendo la cabeza como diciendo que no. Típico gesto de
soberbia inconmensurable, el tradicional “que hambre que tenes” pero sin la
inocencia del niño.
Mi cabeza estallo, se lleno de sonidos y
colores todos blancos, negros y grises. Senti que iba a morir, no estaba muy errado.
Seguia viendo todo en tres colores, la mujer no paraba de hacer el gesto y yo
no entendía que me pasaba. Toque algo frío en mi bolsillo, era un arma. No
sabia que hacia ahí y no me detuve a
pensarlo. Seguia divagando, escuchando voces mezcladas con la música de mi mp3
y mucha tensión en mi pecho.
En medio del huracán de furias grises, un telón
negro se apodero de mi vision. Ya no veía, solo me quedaba aquel sentido fiel,
que en otras ocasiones me había echo disfrutar tantas melodías
contextualizadoras de momentos, pero que hoy me traia desde la dimension sonora, la onomatopeya mas tenebrosa que nadie puedo crear, el bang. Le había disparado a la mujer. Sali
corriendo, no entendia a donde, alguien me intentaba detener pero logre zafarme.
Escuchaba gritos y sirenas, pero tambien me empezaban a devolver los colores. Cuando por fin recobraba algún sentido, nuevamente senti el frío en mi
bolsillo. Aterrado intente sacar rápidamente la mano, pero volvi a ver el arma
en ella. Grite que se alejen todos, con un arcoíris sepia como visión y una
opera que transcurrió integra en mis oídos, devolviéndome la vida en una
película de segundos, que solo fue interrumpida por un nuevo e infernal Bang. Me
había disparado a mi mismo.