
Pensé en todos los que llorarían, sorprenderían y serían indiferentes a mí muerte.
Escuché una voz y me asusté. En el paso a nivel, en un costado de pastizales que se movían, alguien hablo. No escuché bien, pero de pronto pude ver que era un niño. Se acercó a mí y me dijo: - Sos un cobarde. No lo podía creer, no estaba borracho y sí muy conciente de los motivos por los que estaba allí. Cobarde me repitió el nene. Algo me impedía hablar, gritar, correr.
Tenía los ojos marrones, la boca finita, cejas oscuras, grandes, pelo castaño y la piel blanca muy blanca. Como tomando aire me dijo: - ¿Y lo que me prometiste? Todavía recostado le pregunte qué le había prometido. El chico me dijo gritando, con todo lo que podía su voz dulce e infantil: - ¡Que me ibas a dejar ir! Y entre lágrimas suplicó; ¡Qué me dejes tranquilo de una vez! Caminó unos pasos y se acerco un poco. Su cara fue iluminada por el viejo farol de la estación. Y Entonces entendí todo. Me levanté y no volví la vista hacía atrás.
El perro tenía sed.
