sábado, 16 de junio de 2012

Sale Crespo, entra Gallardo...


Sale Hernán Crespo y entra el muñeco Marcelo Gallardo. River jugaba contra la Universidad de Chile en la copa Libertadores.  Ese cambio, esa escena, resume  lo doloroso del presente riverplatense en el día de hoy: Sale Crespo, entra Gallardo.
Era el año 1996 y además  jugaba Enzo, el burrito Ortega en todo su esplendor.  No, no voy a hablar acerca de ese gran equipo, ponerme a detallar cosas que otros han hecho ya en demasía. Quiero decir que, por ahí creo, no nos dábamos cuenta de lo que teníamos, de la calidad de los jugadores que formaba River Plate. Tal vez la ilusión de eternidad y normalidad de que Salía Crespo y entraba Gallardo.
Y no proteger algo así, dejarlo ir y luego lamentarse es algo muy humano. Extrañamos muchas  veces lo que fue y ya no es, demandamos algo por las pretensiones que tuvimos. Valoramos eso que no tenemos.
No soy hincha de la hinchada, me duele profundamente cuando la lógica pasa por poner huevos. Porque no conozco ningún partido que se gane solamente con ímpetu, fuerza y lucha. El juego se gana jugando y en lo posible con grandes jugadores. El viejo lo sabía.
El viejo
El viejo observa  al pibe flaquito y desgarbado que hasta el momento no había tocado una pelota, su manera de correr, su tranco largo, firme  y elegante.
Al viejo lo llama un dirigente, le grita que necesita hablar con él inmediatamente
Pero para el viejo eso era una afrenta, sabían todos que en medio de una prueba de jugadores nadie debía molestarlo. Decía él para sus colaboradores que la observación requiere de toda la concentración posible, que no hay que hablar, eliminar y despojarse de los prejuicios, respirar pausado, estar en los detalles más mínimos.  Era un ritual, el momento de hacer lo suyo y nada ni nadie lo podía molestarlo.
El pibe mientras recibía un cambio de frente de derecha a izquierda que controlaba magistralmente, luego engancha para pegarle al arco. Su cuerpo engaña a todos, compañeros, rivales. Pero el viejo sospecha en ese segundo. Realiza todo el movimiento para darle fuerte e inesperadamente toca entre líneas al nueve, que sorprendido no logra tomar la pelota.
El viejo confirma su sospecha, anota, y siente a sus espaldas el grito. Lo llaman, no va a ir hasta que termine la prueba  y que se deje de hinchar las pelotas. Está enfurecido, a la vez ya ha visto lo que tenía que ver.
Termina la prueba, el viejo habla con el flaco. El sueño del pibe comienza en ese mismo instante.
El dirigente lo llama por tercera vez y el viejo va a su encuentro enojado. Te queremos agradecer pero estamos con otros planes para las inferiores. Por eso me pidieron que te diga, que hijo de puta que sos, tantos años y me lo decís así, cómo queres que te  lo diga escuchame te vamos a cumplir con todo, vos no te preocupes…
El viejo escuchó, no se permitió llorar, algo se rompía, se estaba destruyendo, trago saliva amarga. La tristeza tiene ese sabor.
Vladem Lázaro Ruiz Quevedo, se olvidó el auto en el monumental, salió caminando solo por Figueroa Alcorta, escuchó a los lejos un grito de gol, recordó cuando Pablito Aimar enamoraba al hincha con su desparpajo lleno de calidad o cuando Mascherano quitaba y jugaba como si fuera inherente a su naturaleza, y cómo fue el primer gol de Saviola.
Recordó Delem esa noche en el Monumental de Nuñez cuando entraba Crespo y salía Gallardo.
 Ahí se puso a llorar. 

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