jueves, 16 de julio de 2009

La conspiración

Es un tipo con tanta seguridad, todo lo hacía verosímil. Yo su amigo, muchas veces ponía en cuestión su virtud-defecto de encontrar la conspiración a todo suceso de conocimiento público o no tanto.
Todo era un complot, un plan, una intriga y un drama que solo los lúcidos como él podía leer y ver claramente entre líneas.
Esa noche le comenté, algo que me indignaba de las películas: Los malos siempre tardan. Tardan cuando van a matar al muchacho bueno de la película, se entretienen explicándoles los malignos que son y muchas veces los planes futuros que tienen. En fin, los malos prorrogan su acto de maldad y siempre terminan perdiendo. No es que yo quiera una venganza masiva de los villanos de las películas, tengo una ética que me lo impide, pero porqué se dará esto le pregunte…
-Pero si… más vale es toda una mafia. Están tapando otra cosa… me extraña de vos.
-¿Qué cosa? ¿Cuál es la mafia?
– Y mira, los malos no ganan en la ficción porque es todo un manejo un arreglo… nos quieren hacer creer que son giles… y cuándo te das vuelta ¡zas!, cagaste estás culo pá arriba.
- Bueno… si, si, ya sé pero es lo que te decía de la maquinaría hollywodense que nos quieren estupidizar… pero vos estás loco… por favor pero te das vuelta y ¡zas!, dejate de joder boludo… ¿qué me vas a venir con el cuento de que los malos de las películas existen en la vida real?
- Y si aunque no lo creas es así… la realidad es como una revancha para los villanos. En una película muy pocas veces ganan, casi nunca. Por eso es que necesitan un lugar en el cual desplegar su violencia, egoísmo y su ímpetu criminal, ese lugar amigo es la vida real en la cual vos y yo transitamos.
Me fui dando un portazo. Ya no aguanté más su locura y mentiras, lo mandé al psiquiatra, a un curandero y le dije que deje la bebida. Según Flavio me iba a cruzar con el capitán garfio al tomarme el 60, en una calle oscura Destructor de las tortugas ninjas me iba a destrozar a piñas o el guasón me esperaba en casa escondido para hacerme boleta. Está loco, pensé mientras caminaba por el barrio… de pronto un rubiecito de pelo cortito me pidió fuego. No lo había visto, apareció así como de la nada. Saque el encendedor, el tipo lo agarró y me miró con sus ojos azules metálicos. Era policía, pero no de la bonaerense porque era flaco ni de la federal porque… Vos sos John Connor me dijo. Pero no flaco qué tomaste, le dije asustado y previendo que me iba a afanar.
Sos John Connor afirmó de nuevo. Me tomo del brazo y me arrinconó contra la pared. Tenía una fuerza sobrehumana y no me podía soltar por más que forcejeaba. Levantó su mano hasta su hombro y observé con terror que su dedo se alargaba lentamente en dirección a mí frente.
¡Soy Carlos Tacacho!, ¡Soy Carlos Tacacho!, no conozco a Connor, no tengo nada que ver, le suplicaba llorando… escuché de pronto un golpe y vi a Flavio que me gritó: ¡Corre boludo!
Los terminaitors en la vida real no corren rápido como en las películas y pronto estuvimos fuera de peligro.
No sé si la historia existió, a veces uno puede dirigir los sueños a su capricho, pero me puse a pensar cuántas veces mí amigo Flavio me había salvado la vida con cosas muy pequeñas; escuchándome hasta no poder más, diciéndome que confiaba en mí o afirmar sin anestesia que estaba hecho un tremendo pelotudo. Muchas veces me había salvado de esos terminaitors que tiene la vida y yo había hecho lo mismo con él.
Lo llamé con urgencia le tenía que agradecer:
- ¡Qué haces loco! ¡Feliz día capo!
- ¡Gracias hermano! ¡Igualmente!, mira que soy boludo eh… me doblé el tobillo cuando corríamos.