domingo, 19 de abril de 2009

Historia del tren I: Camila


Camila sueña. Sueña con llegar a una casa grande y meterse a la pileta. Jugar con las muñecas. Mirar dibujitos. Pintar. Comer milanesas y dormir.
En el vagón se escucha un grito desesperado: - Señores pasajeros, tengo cinco hermanitos y pido su colaboración para poder llevar un plato de comida, cinco o diez centavos, es lo que les pido señores pasajeros… Es una nena que no tendrá más de ocho años, tiene la ropa rota y mugrienta. Su cara esta sucia. Grita. No mira a nadie y pasa repartiendo fotocopias en la que cuenta su trágica historia mientras sigue pregonando su trágica vida: “Sres. pasajeros, vengo a pedir su colaboración para poder llevarles a mis hermanitos pan y leche. Gracias por su colaboración. Que Dios los bendiga”. Sus ojos son marrones. Camila no mira a nadie y no camina bien, casi arrastra los pies. Nadie la mira, es muy tarde y todos estamos cansados. Parece no existir. Su grito es desesperado y su voz es ronca. Algunos se molestan por su sola presencia, será porque esta sucia o que pasa sin pedir permiso y golpea a la gente. Quizá lo que moleste, es la afirmación contundente de la miseria.
Se levanta de dormir. Soñaba que estaba en un tren lleno de gente triste, a ella la mandaban a pedir plata para sus hermanos. Pero por suerte estaba jugando con sus muñecas y comiendo galletitas.
Sintió un golpe en la cabeza. Dale pendeja de mierda, cuántas veces te dije que no podes dormir en el tren. Camila tiene frío y le duele todo el cuerpo. Las muñecas se fueron, y por primera vez sintió un odio profundo. No será la última vez que odie con tanta intensidad. ¿A dónde se fueron mis muñecas?, se pregunta mientras camina sola por la estación Lacroze.