La noche caía en el barrio . Estrella Roja jugaba un partido difícil. La oscuridad no
era un obstáculo para conseguir una victoria, pero por sobre todo para jugar.
En los momentos más cruciales, ella cayó en los pies de el.
El tenía el pelo enrulado, sonrisa fresca y en sus ojos la chispa
de sentirse ganador. ¡Un golazo!, ¡fue un golazo!, le dijo Goyo mientras
trotaban al medio de la cancha con el partido ganado. Ya era tarde, y mañana
había que ir a la escuela. El la tomo en sus brazos, intentó limpiarla un poco
para que no lo reten en casa, la acarició, la besó, la miró y la puso bajo su
brazo. Ella sintió su amor eterno, pensó que tanto había buscado por los
rincones del planeta y finalmente había encontrado eso que algunos dicen que
mueve al mundo, había encontrado el amor. Y era el, en ese pobrerío. Tenía que
ser en el.
Ella quiso darle algo, sentía
obligación de darle un don. Naturalmente no se lo pudo decir. El no lo supo en
ese momento, pero ella le regaló un segundo más. Si, un segundo más.
Le ofreció ese don negado para el resto de los humanos
futbolistas. Un día el comenzó a sospechar de ese poder, cuando dejó en el
camino a cuatro rivales como si fueran maniquíes. Veía las jugadas antes, era
un segundo más rápido, todos ellos un segundo más lentos. Un sugundo más, uno
menos esa es la cuestión.
De repente, muy rápido él era
parte del Olimpo, y las luces de todo eso no lo dejaron ver con claridad.
Creyó que esa extraordinaria capacidad la tenía en todos los
espacios de su vida. Pero no era así, sólo la tenía en la cancha y por eso
cometió errores, se lastimó y sufrió. Por precipitarse, por ingenuo, por ser
humano, en el tiempo que le corresponde, sin ninguna alteración, y con pocas
respuestas. Lo vieron llorar por eso, y como en todo amor pasa alguna vez,
intentó odiarla. Pero no podía, ella lo había hecho tan feliz.
Como ayer la acarició y recordó
tantas cosas hermosas que habían hecho juntos.
Nuevamente fueron uno, ella y
el.
Y arranca el genio del fútbol mundial…
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