miércoles, 15 de diciembre de 2010

Los argentinos moscas


El club Villa Tranquila no puede jactarse de su limpieza. Jamás, como hombre más o menos honesto, recomendaría un pebete de jamón y queso o una hamburguesa completa del buffet. Las moscas son las socias mayoritarias, sobrevuelan como una gran ejercito todas las instalaciones. Visible. Rondan en el salón sin temor (¿tendrán sentimientos?) del ataque de su enemigo el fly. Entonces mejor no recordar lo invisible. No. Porque yo ví cuando Tita me hizo pasar a la cocina a buscar un poco de hielo para el golpe del Melli en la rodilla.

Hay cosas que debe uno olvidar y otras que conviene tenerlas siempre a mano. Como cuando un viejo del club, me explicó la teoría de la mosca. Dice que realizó varias experimentaciones y análisis. Concluyó que son boludas las moscas, sí, boludas, así me dijo: “Vio lo que pasa con las moscas… estás lo más tranquilo, viene una mosca y te empieza a joder, uno naturalmente la espanta con el brazo. Ella se va. Pero luego de un rato vuelve al mismo lugar, y es en ese sitio donde seguramente morirá… aplastada por nuestra ágil mano. En definitiva abatida por su propia estupidez”

.El viejo después rememoró sus vivencias, como todo viejo. Pero lo hizo para afirmarme que los argentinos tenemos la misma lógica que las moscas:
“Yo recién escuché algunos muchachos que decían: “A estos negros hay que matarlos a todos”; “Que vayan a trabajar a su país”; “Acá nadie quiere laburar”; “Estos zurdos de mierda”… y cosas así que ubican en el lugar más cómodo a la ignorancia más profunda y manifiesta, al encanto simplificador, totalizador del no pensamiento. A comprar la carne podrida de los grandes grupos económicos-periodísticos… no sé si me llegas a entender…”
-Sí, sí, creo que sí. Pero igual lo dicen en joda los muchachos…

El viejo asintió con la cabeza. Pidió una medida de fernet. Estaba apoyado sobre la mesa de naipes. Cerró lo ojos, meditó un momento con la mano en la barbilla y largó:

- En definitiva a sabotear nuestro propio país. Ser moscas… que olvidan quién quiso dañarlas… y comen… comen mierda…

domingo, 12 de diciembre de 2010

Clarinísmo en estado puro...

El título y la foto grande, bien grande. El final de la nota con la frase: “Todo estará muy bien aquí hasta que se ponga muy mal”.

Ellos pueden.

Aquí la nota si se la puede calificar así...









A quién puede importarle

El sábado jugaba Juventud frente a Ferrocarril Urquiza. Y fuimos todos. Ese “todos” no es anecdótico ni simplista, porque éramos más de cien personas que llegamos a la cancha de Urquiza que está escondida y pegadita a la estación Villa Lynch.



Ganamos, creo que ganamos, no puedo dar ninguna seguridad, por más que trate de hacer el máximo ejercicio para recordar cómo salió ese partido. Será tal vez porque esa tarde quedó en mi memoria porque tuve miedo. Ese sentimiento nunca permite pensar con claridad. Pasó después de ir gritando por las calles que hoy tenemos que ganar o dale, dale, dale, lo… Después de que la policía nos frene, nos ponga uno al lado del otro, sentados como cuando medita un budista zen con la orden de mantener las manos atrás de la nuca y la cabeza mirando al piso. Después de que Chicho levantara la cabeza y reciba un palazo en la espalda al tiempo que el efectivo policial gritaba ¡Te dije que bajes la cabeza negro de mierda! Después de finalmente entrar a la cancha.



Ocurrió cuando volvíamos y nos subimos al tren en la estación Saenz Peña. El furgón fue copado por los pibes del boske que cantaban y hacían flamear las banderas. Yo estaba en el estribo del tren con la camiseta de Juventud.

Llegando a Caseros, cuando el tren aminora su marcha veo que el andén está lleno de gente. Eran los de Deportivo Italiano.
Nosotros un club de la primera D, recuerde que cuando le digo que todos éramos cien, no le miento, yo no miento, a veces exagero. Ellos un club de la B que venía de jugar con Estudiantes de Buenos Aires. Nosotros unos pendejos que de barra bravas no teníamos absolutamente nada. Ellos feroces, grandes, gordos, muchos, muchísimos y un pelado que al vernos oí que gritó: - ¡Subimos y los matamos! Los matamos dijo. Era el Colo Marcos me enteré después, el capo de la barra de los tanos.



Y yo que estaba en el estribo quise desaparecer, encaré para el lado de los asientos del tren, sentí que alguien me agarraba del brazo, hice fuerza, me solté hasta casi caer. Apoyé la mano y vi por delante de mi nariz una zapatilla verde topper que le había errado a mi cara. Pude safar y corrí dos, tres, cuatro vagones por el pasillo. Vi un asiento libre, me senté. Nadie me siguió. La viejita de al lado me aconsejó:-Nene, tapate la camiseta.


Me saqué la camiseta, tenía una remera blanca abajo, hice un bollo con la de Juventud y me senté arriba.


Durante media hora el tren estuvo parado. Se escuchaban los piedrazos en la chapa del tren, el griterío, mientras que por el pasillo del tren, hinchas de italiano pasaban caminando e inspeccionando a los pasajeros en busca de algún rival para cagarlo bien a trompadas como mínimo castigo, ¿El motivo?, simplemente ser hincha de otro equipo, ser de otro club.
Yo sentado. Con preocupación por algunos amigos que habían ido conmigo.
Por qué carajo estaba ahí me pregunté, qué necesidad tenía yo, qué boludo, pero má si yo no vengo más.


El tren arrancó y dejó atrás algunas banderas, muchos pibes lastimados. Todavía no recuerdo cómo salió el partido. Pero a quién puede importarle…

sábado, 11 de diciembre de 2010

Periodista



“No se trata de decir que fulano de tal es un hijo de puta sino cuándo, cómo, dónde y por qué su madre ejerce la prostitución”



sábado, 4 de diciembre de 2010