jueves, 18 de febrero de 2010

Che pibe, dedicate a otra cosa…

Un joven tiene grandes problemas de atención y reprueba sus cursos de matemáticas en la escuela, otro quiere publicar su novela, pero es continuamente rechazado por los editores. Un cadete militar es castigado por un superior y éste le afirma “Usted nunca logrará ser un buen militar”.
El primero, un burro en matemáticas, era nada menos que Albert Einstein, el segundo fue Julio Verne y el tercero Napoleón Bonaparte. Todos ellos están en el bronce, se destacaron en sus actividades y siempre los vimos en la cima, en la gloria. Sin embargo, es curioso como se repite en las historias individuales de las grandes personalidades los desengaños y reveses en sus vidas, como si fuera una norma que se repite constantemente. El caso de Abraham Lincoln es ejemplificador, porque durante 27 años fracaso continuamente, no pego una dirían en el barrio y solo basta con enumerar: En 1833 intentó ser elegido como representante del Congreso y perdió varias veces, luego en 1848 perdió su segunda nominación como senador, siguió perdiendo entre 1854 hasta 1858, años en que se postuló incluso para la vicepresidencia. Si bien es una suposición, durante todos estos años no habrá faltado quien le haya dicho: ¡Lincoln dedicate a otra cosa!, pero obstinado el hombre siguió y finalmente en el año 1860 fue electo Presidente de los Estados Unidos. Viniendo más para acá y en el ambiente futbolístico son famosas las historias de Ricardo Bochini y Daniel Passarella. El “Bocha” se fue a probar a San Lorenzo y no quedó, lo mismo le pasó al “Kaiser” que fue descartado de una selección de jugadores de Boca Juniors y los descartaron de la selección de jugadores. Esos dos pibes que no quedaron se convertirían en grandes ídolos del fútbol argentino.
Otro caso es el de Thomas Edison, que parece que no era bueno jugando al fútbol y tampoco en los estudios, resulta que su maestro de grado le tomo una lección y Edison no sabía nada de nada. El maestro se enojó mucho y le dijo que era un completo ignorante, pero Thomas dolido por esas palabras decidió estudiar más que nadie y siempre tenía presente a su educador que en verdad fue quien logró liberar el genio inventor que tenía escondido, como dice el poeta argentino Almafuerte “A veces hay un gran destino dormido, y viene el dolor y lo despierta”. Cuánto habrán sufrido esos jóvenes por esos reveses, esas cachetadas que les dio la vida, en cosas que a ellos los apasionaba.
Hoy cada tanto diarios y revistas publican estudios acerca de la preocupación por el aumento creciente de suicidios y casos de depresión en la juventud, y tienen en común éstos artículos que la incertidumbre por el futuro, la falta y precariedad de los trabajos, son factores determinantes para llegar a estas instancias en que los jóvenes se sienten desesperanzados y angustiados por la realidad que los rodea. Sin embargo tal como decía el poeta nicaragüense Ruben Darío Y Luca Prodan gritaba en Sumo “La juventud es un divino tesoro”. Si de algo sirve las historias aquí contadas es que cuando alguien te diga: -Pibe, dedicate a otra cosa… sin lugar a dudas es una señal de un futuro brillante, si la decisión es poderosa.

jueves, 11 de febrero de 2010

Injerencia


El gerente lo observaba, lo miraba sobrador, desde la superioridad del puesto y de saberse mejor. Cómo sos tan inútil, no me diga así señor, yo no lo insulté, mira no me jodas y ponete a laburar ya que te voy a dar una patada en el orto. Si señor, no señor, disculpé señor.
Un semanario afirmó que fue un crimen pasional. Un diario contó 20 puñaladas, otro agregó que el empleado que entró a la oficina también le meo el escritorio, además en la página de empleos el aviso decía:
“Ref. 15922 - Gerente Administrativo. Buscamos un profesional que tenga la habilidad y el liderazgo necesario para estar al frente de la Administración y mantener buenas relaciones con todos los miembros y áreas de la organización”.




El texto fue publicado por la excelente y recomendable página:


miércoles, 10 de febrero de 2010

Dieguito. Feinmann, José Pablo


Según su padre, que tal vez lo odiara, Dieguito era decididamente idiota. Según su madre, que algo había accedido a quererlo, Dieguito era sólo un niño con problemas. Un niño de ocho años que no conseguía avanzar en sus estudios primarios -había repetido ya dos veces primer grado-, taciturno, solitario, que apenas parecía servir para encerrarse en el altillo y jugar con sus muñecos: los cosía y los descosía, los vestía y los desvestía, vivía consagrado a ellos. Un idiota, insistía el padre, y un marica también, agregaba, ya que ningún hombrecito de ocho años juega tan obstinadamente con muñecos y, para colmo, con muñecas. Un niño con problemas, insistía la madre, no sin deslizar en seguida alguna palabreja científica que amparaba la excentricidad de Dieguito: síndrome de tal o síndrome de cual, algo así. Y no un marica, solía decir contrariando al padre, sino un verdadero varoncito: ¿acaso no amaba el fútbol? ¿Acaso no se prendía a la tele siempre que Diego Armando Maradona aparecía en la mágica pantalla haciendo, precisamente, magia, la más implacable de las magias que un ser humano puede hacer con una pelota?
Dieguito se deslizaba por la vida ajeno a esos debates paternos. Se levantaba temprano, iba al colegio, cometía allí todo tipo de errores, torpezas o, siempre según su padre, imbecilidades que luego se expresaban en las estólidas notas de su libreta de calificaciones, y después, Dieguito, regresaba a su casa, se encerraba en el altillo y jugaba con sus muñecos y con sus muñecas hasta la hora de comer y de dormir.
Cierto día, un día en que incurrió en el infrecuente hábito de salir a caminar por las calles de su barrio, presenció un suceso extraordinario. Fue en un paso a nivel. Un poderoso automóvil intentó cruzar con las barreras bajas y fue arrollado por el tren. Así de simple. El tren siguió su marcha de vértigo y el coche, hecho trizas, quedó en un descampado. Dieguito no pudo dominar su curiosidad. ¿Quién conduciría un coche tan hermoso? Corrió -¿alegremente?- a través del descampado y se detuvo junto al coche. Sí, estaba hecho trizas, negro, humeante y con muchos hierros retorcidos y muchísima sangre. Dieguito miró a través de la ventanilla y se llevó la sorpresa de su corta vida: allí dentro, algo deteriorado, estaba él, el hombre que más admiraba en el mundo, su ídolo.
Una semana después todos los diarios argentinos dedicaban su primera plana a un suceso habitual: Diego Armando Maradona llevaba más de diez días sin acudir a los entrenamientos de su equipo. Hubo polémicas, reportajes a variadas personalidades (desde ministros a psicoanalistas y filósofos) y conjeturas de todo calibre. Una de ellas perseveró sobre las otras: Diego Armando Maradona había huido del país luego de ser arrollado por un tren mientras cruzaba un paso a nivel con su deslumbrante BMW. ¿A dónde había huido? Muy simple: a Colombia, a unirse con el anciano y desfigurado Carlos Gardel, quien aún sobrevivía a su tragedia en el país del realismo mágico. Ahora, desfigurados horriblemente, los dos grandes ídolos de nuestra historia se acompañaban en el dolor, en la soledad y en la humillación de no poder mirarse a un espejo. Ellos, en quienes se había reflejado el gran país del sur.
En medio de esta tristeza nacional no pudo sino sorprender al padre de Dieguito la alegría que iluminaba sin cesar el rostro del niño, a quien él, su padre, llamaba el pequeño idiota. ¿Qué le pasaba al pequeño idiota?, le preguntó a la madre. "No sé", respondió ella. "Come bien. Duerme bien." Y luego de una breve vacilación -como si hubiera, demoradamente, recordado algún hecho inusual-, añadió: "Sólo hay algo extraño". "Qué", preguntó el padre. "No quiere ir más al colegio", respondió la madre. Indignado, el padre convocó a Dieguito. Se encerró con él en su escritorio y le preguntó por qué no iba más al colegio. "Dieguito no queriendo ir al colegio", respondió Dieguito. El padre le pegó una cachetada y abandonó el escritorio en busca de la madre. "Este idiota ya ni sabe hablar", le dijo. "Ahora habla con gerundios." La madre fue en busca de Dieguito. Le preguntó por qué hablaba con gerundios. Dieguito respondió: "Dieguito no sabiendo qué son gerundios".
Transcurrieron un par de días. Dieguito, ahora, ya casi no bajaba del altillo. Sus padres decidieron ignorarlo. O más exactamente: olvidarlo. Que reventara ese idiota. Que se pudriera ese infeliz; sólo para traerles desdichas y papelones había venido a este mundo.
Sin embargo, hay cosas que no se pueden ignorar. ¿Cómo ignorar el insidioso, nauseabundo olor que se deslizaba desde el altillo hacia el comedor y las habitaciones? ¿Qué diablos era eso? ¿A quién habrían de poder invitar a tomar el té o a cenar con semejante olor en la casa? Decidieron resolver tan incómodo problema. "Esto", dijo el padre, "es obra del pequeño idiota". Llamó a la madre y, juntos, decidieron emprender la marcha hacia el altillo. Subieron la estrecha escalera, intentaron abrir la puerta y no lo consiguieron: estaba cerrada. "¡Dieguito!", chilló el padre. "¡Abrí la puerta, pequeño idiota!" Se oyeron unos pasos leves, giró la cerradura y se abrió la puerta. Dieguito la abrió. Sonrió con cortesía, dijo "Dieguito trabajando", y luego se dirigió a la mesa en que yacía el ídolo nacional ausente. Sí, era él. El padre no lo podía creer: no estaba en Colombia, con Gardel, sino que estaba ahí, sobre esa mesa, y el olor era insoportable y había sangre por todas partes y el ídolo nacional ausente estaba trizado y Dieguito, con prolija obsesividad, le cosía una mano (¿la mano de Dios?) a uno de los brazos. Y la madre lanzó un aullido de terror. Y el padre preguntó: "¿Qué estás haciendo, grandísimo idiota?" Y Dieguito (oscuramente satisfecho por haber sido, al fin, elevado por su padre a los dominios de la grandeza) sólo respondió:
-Dieguito armando Maradona.

miércoles, 3 de febrero de 2010

Gentes

Pienso que hay mucho King-kong dando vuelta...Que hay demasiada gente que clava TN a la mañana, gente que Bonelli les parece independiente, gente que no piensa sino por las reflexiones de Joaquín Morales Solá: esperan que diga, para luego ellos pensar. Que compran tranquilamente el pescado podrido de Clarín, pero también se llevan la fruta que manda la Revista Noticias.
Y también hay gente que no, o por lo menos eso espero...

lunes, 1 de febrero de 2010

Historia del que padece los dos males. Alejandro Dolina


En la calle Caracas vivía un hombre que amaba a una rubia. Pero ella lo despreciaba enteramente. Unas cuadras mas abajo dos morochas se morín de amor por el hombre y se le ofrecían ante su puerta. El las rechazaba honestamente. El amor depara dos máximas adversidades de opuesto signo: amar a quien no nos ama y ser amados por quien no podemos amar,

El hombre de la calle Caracas padeció ambas desgracias al mismo tiempo y murió una mañana ante el llanto de las morochas y la indiferencia de la rubia.


"Crónicas del Ángel Gris" ( Antología). Alejandro Dolina

No le gustan y no le gustan


No le gustan los piquetes. Los piqueteros. Los que agitan los piquetes. No le gustan los cartoneros ni los villeros. Ni los manifestantes, los desocupados y los militantes en las calles. Según el relato de los medios y lo que dicen los sondeos de opinión, y según el comentario promedio, a una parte de la sociedad no le gustan. Tampoco le gustan los gremialistas ni los agremiados; ni los travestis ni las putas; no le gustan los paseadores de perros, ni los perros porque cagan; ni los vendedores ambulantes al paso ni los jóvenes que toman cerveza en las esquinas.
Y no le gustan los rockeros tatuados ni las chicas que frecuentan las madrugadas ni los vagos que deambulan por las estaciones. No le gustan los hinchas fanáticos de fútbol y los que pintan grafitti y los que viajan colgados de los trenes y los que viven y duermen en los umbrales. No le gustan. Y si. No le gustan los okupas, los mendigos, los bailanteros, los raperos, y los inmigrantes pobres. Las embarazadas adolescentes, las que se cargan de hijos y las que aprueban el aborto; y los que aprueban la marihuana. No le gustan los perdedores que protestan, los que invaden las calles, los que tocan el bombo. Los gronchos y los grasas, los morochos y remorochos; los sospechosos y los indocumentados. Y los que usan pasamontaña y los que tienen aspecto desarrapado. Y los estudiantes que hacen sentadas y los estudiantes que en vez de estudiar hacen asambleas. Y los docentes cuando hacen paro. A la sociedad no le gustan los empleados públicos y los que viven a costa del Estado. A los medios tampoco. No le gustan y no le gustan. Por suerte hay muchos a quienes no les gustan los que tienen el gusto tan delicado. Porque el gusto es la excusa del no pensamiento.



El texto es del blog de Orlando Barone: http://orlandobarone.blogspot.com/

Carta abierta leída por Orlando Barone el 29 de Septiembre de 2009 en Radio del Plata.

Una mujer

La diosa bajó del Olimpo.
Fue ahí entre las luces, las poses y esa música que no se escucha.
Confirmé, como tantos otros, su divinidad.
Que la adoraba, que aparentaba hielo, que la quería.
Y se fue como siempre:
Hermosa, inalcanzable, una deidad que a veces se parece a una mujer.